A finales de agosto fui a visitar a una profesora que tenía mucho tiempo de no ver. Entré a su salón en medio de una presentación sobre el libro Crear con consciencia: Ética práctica para el trabajo creativo comprometido. Me senté y resultó ser súper interesante. Vi conceptos que ya había escuchado antes en otros contextos, pero ahora articulados en el ámbito del Diseño.

Cuando acabó la presentación, la profesora se acercó a saludarme y le pregunté por el libro que estaban leyendo, ya que sonaba sumamente interesante. Me dijo que tenía dos copias, que con mucho gusto me prestaba una.
Yo solté el comentario de que no se preocupara, al cabo yo podía piratearlo. Nos reímos, pero el momento se sintió incómodo. Creo que justo el libro en cuestión critica en algún punto la piratería y, aunque ella mencionó que podía estar de acuerdo con piratear bajo ciertas circunstancias muy específicas, sería mejor si me presta su libro para leerlo.
Al poco terminamos de hablar y me puse a escribir esta entrada de blog. Aún nervioso por no saber si había dicho algo inapropiado frente a toda la clase. En fin, aquí te van esas reflexiones que nacieron de reconectar con la maestra a través de este incidente.
Piratear para abajo: sobre apropiación y privatización
Lo primero que pensé es que su precaución sobre el tema de la piratería estaba justificada. Al fin y al cabo, sería injusto que un grupo de poder hegemónico se hiciera más poderoso por piratear el producto de su competencia.

Es como el tema de la apropiación cultural: no está mal el uso o la reproducción, lo malo está en que algo de propiedad colectiva se privatice instrumentalmente para perpetuar desigualdades. O con otro ejemplo, cuando el poderoso toma algo de alguien a quien desprecia y lo usa para hacerse más poderoso, o peor aún, para perjudicar al ya subalterno.
“No está mal el uso o la reproducción, lo malo está en que algo de propiedad colectiva se privatice instrumentalmente para perpetuar desigualdades.”
No es lo mismo piratear un libro de una editorial grande que piratear el trabajo de un particular independiente. Una es una corporación capitalista (roba el plusvalor del trabajador); el otro es una persona. Sin embargo, independientemente de quién lo produzca, creo que debe ser accesible, sin importar que quien accede no pueda pagarlo.
Al final, el conocimiento es para beneficio de todos y todas, ya que las ideas no son esencialmente de nadie en particular, sino que parten del conocimiento colectivo de la humanidad. Ni siquiera el lenguaje usado para comunicar las ideas es de alguien en particular, sino que es de todos, depende de todos. Es intersubjetivo.
“…las ideas no son esencialmente de nadie en particular, sino que parten del conocimiento colectivo de la humanidad.“
El punto no es si comprar o no los libros, sino quien puede acceder al conocimiento. Y la crítica tampoco va hacia no comprar a las corporaciones. Va hacia los mecanismos que crean las desigualdades, que permiten que alguien se enriquezca a costa del trabajo ajeno. Retomando la idea con la que abrí esta sección, que se tome algo que es de provecho para todos y todas, privatizándolo a beneficio de unos pocos.
El peso de las cosas
En un primer momento me suena chido piratear el libro, es fácil y rápido. Sin embargo, entre piratear o pedir prestado, prefiero pedir prestado, ya que me atrae el “peso” que el acto conlleva.

Al pedir prestado un libro, se siente la presión de leerlo en un plazo razonable para devolverlo. Quien te presta un libro normalmente es alguien que confía en ti y espera que lo disfrutes. Al pedirlo prestado, te comprometes a poner atención, ya que es algo valioso para quien te lo que presta y definitivamente te preguntará qué te pareció.
“El libro físico estorba, pesa y encima se daña. Eso hace que toda la experiencia sea más significativa, porque asocias más sentidos a tus memorias.”
Me parece igualmente importante el hecho de que leer un libro prestado implica materialidad. La experiencia se vuelve más rica con el préstamo. Tocar el libro, apreciar su volumen, peso, olor y colores enriquece la memoria. El libro físico estorba, pesa y encima se daña. Eso hace que toda la experiencia sea más significativa, porque asocias más sentidos a tus memorias. Dónde estabas, si se te manchó, si lo guardaste porque te estorbaba, o si llevarlo contigo te rompió la espalda por cargarlo todo el día en la mochila.
Lo que perdemos con la inmediatez
Los PDFs nos roban la experiencia sensible de leer un libro. No digo que sea malo o que ya no haya que leer PDFs, pero si piensas en disfrutar un libro y no perseguir una lógica instrumental, hiperproductiva, es mejor leerlo en físico. Si solo buscamos la eficiencia, se nos escapa la experiencia.

Al final, no estamos hechos para ser productivos. La vida es absurda, vivimos un tiempo limitado y lo único que siento que vale la pena es compartir con otras personas. Cuanta más rica sea la experiencia, más podrás apropiarte de ese conocimiento, de la vivencia; y más valioso será aquello que compartas con los demás. En este sentido, un PDF nos quita incomodidad, nos agiliza y reduce los contratiempos. Contratiempos que, por otro lado, abren la posibilidad para que sucedan más experiencias que enriquezcan la lectura.
“Cuando todo es instantáneo y gratuito, perdemos la capacidad de valorar el trabajo humano detrás de las cosas.”
Un PDF se siente ligero, sin historia, sin contexto, sin el sudor de su producción. El libro físico, especialmente el prestado, viene cargado de historia: las manos que lo han tocado, las páginas que alguien subrayó, la mancha de café en la página 47. Ahí también hay valor.
Las relaciones importan más que las ideas
El que mi profesora me preste un libro es importante porque fortalece nuestro vínculo. Las relaciones con otros son lo más importante en la vida. Al final no vivimos de ideas, ni siquiera de objetos en el vacío, sino de las relaciones de interdependencia con los demás y lo que esto permite.

“Lo más valioso en la vida, lo que le da sentido a este absurdo de vivir, siento, es saber que hay más personas en el mundo, y reconocer que seguirán aquí aún después de que nosotros nos hayamos ido.“
Siento que la vida no es en vano, que hay propósito. Lo que hago no es para mí, sino para los demás, que son quienes embellecen nuestros días, los que nos dan fuerza para seguir, los que nos miran y nos dignifican con su mirada, ya sea de amor o de desprecio, da igual. Ellos nos dan un lugar en el mundo, un propósito para seguir vivo.
En ese sentido, valoro más el producto del trabajo cuando es físico, porque sé que otros pueden verlo, tocarlo, olerlo, oír cómo roza con las demás superficies del mundo y hasta podrían probarlo. Ya en alguna ocasión me ha tocado saborear proyectos de diseño con comida y es toda una experiencia. Desde sentir un leve asco por el contexto, ya que no se trataba de una cocina ni un ambiente precisamente comensal, y porque no conocía a la persona que lo hizo; hasta aprecio y admiración por saber que alguien usó su tiempo para hacer eso que llevé de mis manos a mi boca.
Un mundo de préstamos vs un mundo de piratería
Si tuviera que elegir entre un mundo donde todo se puede piratear fácilmente o un mundo donde todo se presta y comparte físicamente, preferiría la segunda.

Vivir en ese mundo nos forzaría a establecer conexiones con otros, tolerar la incomodidad de que el otro sea diferente a mí, pero reconocerle como alguien similar aún con todas nuestras diferencias. Al final compartimos lugar y tiempo; por lo que son más las similitudes que las diferencias.
La piratería es un recurso contingente que existe por la dificultad para acceder a los medios necesarios para vivir. Sí, estoy diciendo que leer, jugar videojuegos o ver películas es necesario, porque el ocio es necesario.
“La piratería es un recurso contingente que existe por la dificultad para acceder a los medios necesarios para vivir.“
Mi crítica no va en contra de la accesibilidad digital, que es sumamente valiosa. No tienes brazos infinitos para pedir prestada cualquier cosa a cualquier persona en cualquier lugar. La digitalización democratiza el acceso y agiliza, nos vuelve más productivos. Lo cual es útil en un mundo lleno de desigualdades, donde la revolución es urgente para alguien, porque siempre hay alguien al borde de la muerte por la inaccesibilidad, la ineficiencia o la privatización.
Mi crítica es hacia la falta de relaciones interpersonales, la hiperindividualización e hiperproductividad que, instrumentalizada en el mundo de hoy, no está dirigida a mejorar nuestra calidad de vida. No me parece que la eficiencia y la productividad estén mal. Pero hoy no tienen por objetivo mejorar la calidad de vida de las personas y su entorno, dignificarlas, sino aumentar el capital acumulado de los que ya tienen privilegios y son dueños de los medios de producción.
Para los estudiantes de diseño
Un mensaje para los estudiantes de diseño: compartan libros. No importa si es PDF o físico, pero el hablar, el compartir preocupaciones, intereses, dolores, el preguntar, el escuchar a los otros, eso nos une y mejora nuestra vida. Va en contra del sistema que busca hacernos sentir responsables de nuestro fracaso, fragmentarnos, pensar que todos los demás están mejor que yo y que somos el problema. Pero cuando el dolor es común, la causa es sistémica.

Propuesta concreta: Creen una biblioteca autogestionada. No solo un grupo de WhatsApp donde se compartan PDFs (que también, pero no solo eso). Una biblioteca física, con libros que se prestan, se anotan, se comentan, se devuelven con notas en los márgenes. Organícense por especialidades: tipografía, diseño social, teoría crítica, software libre. Hagan reuniones mensuales donde no solo intercambien libros sino que discutan lo leído. Inviten a trabajadores de imprentas, a diseñadores, a artesanos que nunca pisaron una universidad.
Documenten quién prestó qué a quién. No para controlar, sino para visibilizar las redes de cuidado y conocimiento que están creando. Publiquen esa data: “Este mes circularon 47 libros entre 23 personas. Se generaron 15 conversaciones. Se crearon 3 proyectos colectivos.”
Cuando la administración pregunte qué están haciendo, díganles la verdad: están practicando el diseño como lo que siempre debió ser, una herramienta de construcción colectiva, no de distinción individual.
El final de la anécdota
A la fecha en que escribo esta entrada, mediados de septiembre, cuando todo esto sucedió en agosto, aún no le he pedido el libro a mi maestra. Hubo contratiempos de salud. Sin embargo, he seguido en contacto con ella y espero pedirselo pronto.
Como cuento para niños, aquí les va la moraleja de este libro que no pirateé: a veces la revolución no es romper las reglas, sino crear nuevas formas de relacionarnos. A veces no es la velocidad sino el peso lo que importa. A veces no es la eficiencia sino el vínculo.
“Porque al final, cuando el dolor es común, la causa es sistémica. Y cuando la causa es sistémica, la respuesta debe ser colectiva.“
